
Matilde ‘Maty’ Mena, dirige el ensayo del grupo Danza Perseverantes el 23 de noviembre, en la parroquia de El Buen Pastor de Garland. Foto Especial para RC/Ben Torres
El guaje que acompaña los movimientos de los matachines en la Danza Perseverantes, guarda un bello secreto familiar.
Por Violeta Rocha
Especial para Revista Católica Dallas
GARLAND— Colgado en un rincón especial de su casa, donde la temperatura se mantiene controlada y no hay riesgo de que se caiga, reposa durante todo el año, el guaje que Matilde ‘Maty’ Mena recibió como regalo de su padre cuando apenas tenía cinco años, en su natal Diez de Abril en el estado de Durango, México.
Cada diciembre, el guaje se escucha sonar en Garland. Sus semillas retumban dentro del cascarón que lo encierra, mientras las manos de Maty lo sacuden al ritmo del tambor que va marcando los pasos de los matachines de la Danza Perseverantes.
Cuando baila y cuando el guaje suena, Maty regresa 40 años atrás en el tiempo, al momento en que sus pequeñas manos dejaron huellas en la pintura fresca que su Papá, don Antonio Mena, acababa de aplicar al instrumento.
Don Antonio estaba tan complacido entonces de que su pequeña quisiera danzar para la Virgen Morena sonando el tradicional instrumento que llevan los matachines en la mano, que no dudó en ir a comprarle un cascarón de la planta de guaje para hacerle el suyo propio.
Además de los 20 pesos que pagó por el cascarón, Mena talló, limpió y pintó de rojo el instrumento que es bastante similar a una maraca.
El guaje se volvió sonoro porque don Antonio lo rellenó con espinas de maguey y semillas huazache que buscó en los sembradíos de su pueblo.
El pensó que sería un regalo que pasaría a la historia una vez su hija se hiciera adulta y más cuando ella emigró al norte de Texas.
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